¿Quién no ha dicho, u oido, alguna vez "más vale pájaro en mano que ciento volando", "En boca cerrada no entran moscas", "A buen entendedor, pocas palabras bastan", y tantas y tantas frases que engrosan el acervo de la sabiduria popular? El que más, el que menos, todos conocemos un buen número de refranes que han sido aprendidos a lo largo de los años, junto a otros conocimientos, y que están aletargados en nuestra memoria hasta que de vez en cuando, ante determinados momentos, bortan y se insertan en nuestras conversaciones de una forma natural y espontánea. Y esto se debe a su naturalez y a sus peculiares características.
El individuo condensa y resume sus experiencias mediante los refranes, y recurre a ellos para encontrar las soluciones y las claves a los avatares de su azarosa existencia.
Por ello, creo que la finalidad de la enseñanza de una lengua extranjera es familiarizar al
estudiante con voces y construcciones de uso corriente, de acuerdo con
las necesidades prácticas diarias, o con el ámbito en que va a
desenvolverse el aprendiz. Sin embargo, el dominio de un idioma no se
puede reducir a la capacidad de reproducir frases gramaticalmente
correctas o desenvolverse con naturalidad en la comunicación oral. El
objetivo principal de un aprendiz de lengua extranjera debe ser
conseguir expresarse de una forma fluida, superando las restricciones de
las normas y consiguiendo hablar con la misma soltura y propiedad
lingüística que un nativo.
Emad Alosta